El día en que le iban a aplaudir, el Cristo de la Misericordia cruzó el dintel del arco principal de la Catedral hacia las 17:20 horas para reencontrarse con su ciudad. Probablemente, habría soñado que atravesaba un bosque de granadinos, en una suerte de premonición de lo que acabaría sucediendo. «Estamos tranquilos porque sabemos que el Señor nos va a echar una mano», expresó el hermano mayor de la hermandad antes de la histórica escena. El caso es que llegó el momento y todo era nuevo, en cierta medida ajeno. Asomó la imagen cincelada por José de Mora y, con asombro, debió de sentir el calor del sol clavarse en su tez mortuoria, blanquecina hasta casi brillar por sí misma. A Granada se le encogió el corazón, sobrecogedora la estampa incluso a la luz del día, y se le escapó una tímida palmada. En la extrañeza de lo que sucedía, hubo quienes chistaron en respuesta, aunque el ademán se contagió. Las palmas tornaron en ovación y es normal. La ciudad nunca antes pudo llenar de aplausos el Silencio de su cofradía más sobria.
Así ha sido la salida extraordinaria del Silencio de Granada
Tal es la quietud tradicional que acompaña cada Jueves Santo al Señor de la Misericordia que el debate acompañó toda su salida extraordinaria este domingo, con motivo del centenario fundacional de la Hermandad del Silencio. A cada paso, brotaba la duda: ¿aplaudir o reservarse la devoción? «Shh», se respondían los granadinos cada vez que alguien se lo planteaba más alto de la cuenta. Poco importaba que cada chicotá siguiera el tempo de la unidad musical de Nuestra Señora de los Ángeles, en tramos bien animada, ni que el sol diera un baño de luz inusual al paso. La imagen seguía prendiendo en el interior de cada devoto el sobrecogimiento y, casi por instinto, el mutismo gobernaba. Pero, aun con ello, todo fue distinto al tiempo que histórico.
La piel blanquecina del Cristo de José de Mora recibía los haces de luz con alegría, ojipláticos los fieles a su alrededor. A su discurrir por las calles de Granada, invitaba a desenvainar el móvil e inmortalizar el momento. Hubo quien, con fe, sentó a su hijo sobre el paso, poco antes de que, desde un edificio, irrumpiera una voz firme. Dos, de hecho, en una impactante saeta conjunta por Mesones.
El Señor llegó al kilómetro cero de la capital y se detuvo, con alguna nube que ni siquiera se atrevía a entrometerse entre él y el astro rey. La ciudad se asomaba al balcón para contemplarle allí, quieto entre el gentío, que casi contenía la respiración con el corazón en un puño. No hay banda que reste solemnidad al Cristo de la Misericordia, ni luz que evite que el vello se erice cuando camina por Granada. Fue callejeando hasta encontrarse, por primera vez, con el sol del atardecer, que ya auguró el final del sueño.