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Investigadores del Ibyda advierten sobre la invasión de las algas asiáticas: «Han cambiado el paisaje marino»

El alga asiática ‘rugulopteryx okamuraeha’ ha transformado prácticamente toda la costa española desde su llegada hacia 2018 al Estrecho de Gibraltar, Andalucía, Ceuta y norte de Marruecos hasta alcanzar las Islas Canarias, Murcia, Alicante, Cataluña y la cornisa cantábrica, pasando por Madeira y Azores (Portugal), únicamente sin invadir, por el momento, Baleares. Así lo han advertido a 101TV, los investigadores del Instituto de Biotecnología y Desarrollo Azul (Ibyda) de la Universidad de Málaga, Félix López y Juan Jesús Martín.

«Esta alga invasora está impactando de forma muy alta y muy negativa en los ecosistemas marinos al desplazar las especies locales y eliminar recursos. Ha sustituido prácticamente el 100 % de la cobertura en el caso del Estrecho, siendo el alga dominante que ha cambiado el paisaje marino desde que lo conocemos», alerta López.

En concreto, entre las algas autóctonas más afectadas por la ‘rugulopteryx okamurae’ de origen japonés y muy resistente que se crece con altas temperaturas en el agua favorecidas por el cambio climático, se encuentra el alga parda, así como también las praderas de posidonias, conocidas como plantas marinas en las que conviven muchas especies de peces, que dependen de este ecosistema y que llevan ya cerca de siete años sufriendo sus impacto.

Invasión rápida y resistente

«Es la invasión más rápida y agresiva que se conoce en el mundo marino», ha incidido el investigador ante la urgencia de actuación que por el momento no llega desde la Junta de Andalucía, que si «ha hecho labores de monitorización y cartografía», pero no ha incluido «ningún plan de acción para erradicarla o controlarla».

«Erradicarla es prácticamente imposible pero controlarla se puede hacer. En Asia no tiene carácter invasor y aquí ha sustituido una superficie de 40 metros prácticamente y unos 20 metros de profundidad».

En este contexto, desde el Ibyda, donde investigan sobre la especie, su adaptación y relación con otras especies autóctonas, y su movimiento en El Estrecho, descubriendo una gran resiliencia hasta en 200 metros de profundidad, proponen que se aplique una legislación estricta a esta especie «declarada invasora y preocupante de la UE» para tratarla, recogerla, evitar que se extienda más y promover mecanismos de prevención y alerta temprana desde planes de gestión, que permitan «valorizar la biomasa para obtener recursos y tener más control».

Impacto en especies

Así también, lo ha corroborado el investigador de la entidad y biólogo marino, Juan Jesús Martín, quien destaca zonas «especialmente sensibles» como son las especies protegidas de Maro Cerrogordo, Faro de Calaburras y la frontera entre el Atlántico y Mediterráneo como «único sitio del mundo» en el que conviven algas de ambas aguas.

«Está haciendo que disminuya la biodiversidad también en los Baños del Carmen y La Araña (Málaga), de la población de algas rojas, verdes y pardas. Al final es un tapiz todo igual.»

Según indica Martín, además de estas algas y plantas marinas, afecta en gran medida a peces herbívoros, epífitos (que viven sobre el alga u otras especies vegetales), filtradores y otras especies más pequeñas que pueden acabar «asfixiadas», sobre todo ahora en verano, cuando «hay una proliferación de algas que puede disminuir la cantidad de oxígeno y romper el equilibrio biológico».

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«En el fondo marino como no se ve no se sabe. Invito a que alguien con unas gafas y un tubo pueda verlo», recalca, con ánimo de visibilizar y concienciar sobre el problema de esta invasión, que puede haberse ocasionado por el transporte marítimo de origen asiático.

Ambos, López y Martín, coinciden en que además del impacto ambiental y la pérdida de riqueza en biodiversidad y redes tróficas, también existe un impacto socioeconómico para sectores como la pesca, por las redes que las capturan, y para centros que dedican su actividad económica desde el mar, como los clubes de buceo, o para el propio turismo, que lo palpa con sus propias manos.

«Las algas fijadas se pueden soltar, llegar a las playas, huelen mal, se acumulan llenas de insectos, se empiezan a pudrir. Las recogen los ayuntamientos y las tiran en los vertederos. Hay que revalorizarlas y recogerlas porque algunas siguen vivas y podrían volver al mar», concluye Félix.

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