Lucía y Cynthia acaban de cruzar la portada del ferial y, paraguas en mano, recorren con presteza la calle Zambra. En el rostro, una sonrisa, tal vez porque son de las pocas personas a las que la tromba de agua no les ha pillado a contrapié en todo el recinto granadino. «Estábamos en la casa arreglándonos y estábamos viendo que empezaba a haber truenos, así que dijimos ‘¿y si nos los llevamos, aunque luego es un coñazo llevarlo colgado?’», relata la primera de ellas. Fue todo un acierto. Porque sobre el punto neurálgico del Corpus cayeron chuzos de punta, a ratos con intensidad, y los rayos incluso provocaron el parpadeo de la luz en las casetas. Pero que nadie piense que las adversidades climatológicas impidieron disfrutar de la feria. «Hay que aprovechar los dos últimos días que quedan, que luego la espera se hace eterna. La lluvia nunca va a poder con nosotras», apostilla.
Los oscuros nubarrones que, con timidez, llevan toda la semana amenazando con descargar sobre el ferial cumplieron su advertencia. Pero para cuando lo hicieron, en la caseta ‘La que te dije’ ya bailaban ajenos a lo que estaba cayendo fuera. Y es normal. La charanga ‘Ponte una Milnoh’ había creado una suerte de universo paralelo, en el que contagiaba alegría con ritmos enérgicos que, casi sin descanso, se inyectaban en la sangre hasta comenzar a mover el cuerpo de manera irremediable. «It’s raining men! Hallelujah!», cantaban con guasa.
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En las calles que se entrecruzan para formar el recinto ferial, sin embargo, el paso se aceleraba en busca de refugio en las casetas. Porque sí, estaba lloviendo, pero la feria no podía parar. Y eso Manuel, a los mandos de su calesa, lo tenía clarísimo. «Con esto podemos ir a todos lados, sin problemas -lanza una mirada al paraguas, bien sujeto con la mano izquierda, y su vaso, todavía por la mitad en la derecha-«. «Se sigue disfrutando, aquí detrás tenemos a mi mujer y a mi nieta, en la gloria», presenta. Protegidas bajo el techado del carro, Emilia y Beatriz, que tampoco están dispuestas a dejar que el agua chafe el día de Corpus. «Aunque esté lloviendo, está uno en la gloria», insiste, convencida de que así, «se está mejor, más fresquito». Un plástico recubre sus piernas, pero asegura que no es por el agua ni por el frío. «Es porque me lo han dado. Si no, no me pongo nada. ¡A mí me da igual!», ríe.
«No se perdonan los columpios»
Al fondo, sobre los columpios, los relámpagos iluminan el cielo. De repente, el agua empieza a caer con fuerza y comienza la estampida. Cualquier saliente vale para no mojarse. Como la cubierta de la tómbola, donde miran al cielo con el deseo de que pare de llover para poder funcionar. «Tenemos paraguas», bromea Jose, quien, sin embargo, se alegra de ver que nadie emprende el camino de vuelta a casa. «Eso es lo bueno, a los granadinos les gusta la juerga, les da igual que llueva. Salen a darse su vueltecita y no se recogen», sonríe.
Diego y Teresa, que van de atracción en atracción con sus hijos, son ejemplos de ello. «No se perdonan los columpios, para que se lo pasen bien los críos», afirma el padre, aunque su niño afirma que tanto el como su hermana prefieren montarse «sin lluvia». «Nos hemos tenido que resguardar en una caseta», apunta la madre, aunque persistente en su objetivo: «Hemos hecho lo que sea para aguantar y decir, ya que estamos aquí, aguantamos e intentamos montarnos luego». No había quien pudiera con las ganas de los granadinos. Al final, aunque ya al filo de la noche, hasta el agua se dio por vencida.