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La otra Tarasca: el proyecto granadino que pretende la integración infantil desde el juego

Javi se levanta de repente de la mesa y, exultante, comienza a bailar. «Ha ganado. ¿Le das una moneda?», apunta Adrián Nieto, que rápidamente convoca a las otras tres participantes en un corro. «¡Tenemos que hacer un ritual!», exclama, al tiempo que dicta las palabras mágicas que, al unísono, repiten los pequeños a su alrededor. Es un juego de niños, sí, pero la cosa va mucho más allá. Son los pasos de la Tarasca en su camino por Granada. No esa Tarasca, la que hace apenas unos días llevó a Santa Marta por las calles de la ciudad, sino la otra, todavía desconocida para los granadinos. Es la que da una vuelta a la leyenda, porque tiene claro que el monstruo, en realidad, es otra cosa; la que ayuda a los niños con necesidades especiales a integrarse y entablar relaciones sociales.

«El proyecto es un programa educativo de aprendizaje socioemocional pionero en Granada, y me atrevería a decir que también en España», precisa Ernesto Osuna. Él y Adrián son los cofundadores de la iniciativa, aunque por encima de todo son amigos. «Nos conocemos desde hace muchos años. Él y yo somos un poco como los niños con los que trabajamos. Yo tengo triple excepcionalidad, que es como se define ahora a los niños que tienen déficit de atención, están en el espectro autista y tienen altas capacidades», abunda el primero de ellos. Esta circunstancia llevó a sus padres a acudir a varios programas de enriquecimiento intelectual para dar respuesta a estas necesidades particulares que tenía de pequeño, experiencia que le permitió comprobar la capacidad del juego de rol para establecer relaciones sociales.

Granada se rinde a una Tarasca con un diseño inspirado en el Generalife

Y cuando conoció a Adrián, la conexión fue inmediata. «Él también era muy aficionado de estos juegos. Ambos fuimos muy conscientes ya desde muy pronto del impacto que tenían en nosotros, más allá del juego. Fueron experiencias que nos sirvieron mucho para formarnos como personas y enseñarnos algunas cosas que se nos escapaban», asegura. Comenzaron a rumiar la forma de convertir esta experiencia en una herramienta de ayuda, pero hubieron de pasar bastantes páginas del calendario hasta que la bombilla se encendió definitivamente. Y no fue en Granada, sino en Portland.

«No fue hasta el año pasado, cuando me fui a Estados Unidos a trabajar y empecé a hacerlo con una psiquiatra que trabajaba mucho la game therapy. Juntos nos pusimos a desarrollar y perfilar un sistema para enseñar a los niños habilidades sociales y emocionales a través del juego. Concretamente, a través del juego de interpretación, de tener una aventura o una historia y que los niños los interpretasen a través de esa historia», detalla Osuna. «Cada sesión era como un capítulo en una serie y cada uno estaba diseñado para desarrollar unas habilidades concretas de las socioemocionales que queríamos trabajar con los niños», precisa. Y la estrategia funcionaba, pero a Ernesto le rondaba una idea por la cabeza. «Algo me traía de vuelta a casa. Lo que a mí siempre me ha llamado ha sido hacer las cosas en mi comunidad. Echaba mucho de menos Graná. Veía todo el bien que estaba generando allí y era como que me escocía, por pensar por qué no podíamos hacerlo aquí», narra.

Decidió intentarlo. «Entonces empecé a desarrollar el programa aquí en España, que suponía adaptarlo y localizarlo», continúa. Pronto pudieron esbozar todo: una iniciativa de aprendizaje socioemocional, destinada a niños de entre 9 y 15 años que, en definitiva, «consiste en enseñar a través del juego y la narrativa como elementos principales». «Nuestro enfoque es relacional. Se trata de cultivar las relaciones entre los niños y modelar ese vínculo», aclara Osuna.

Resultados

El proyecto apenas gatea todavía, pero ya se construye en Granada. «Tenemos colaboraciones con algunos colegios. Empezamos con Escolapios, que nos dejó una sala dentro del colegio, la psicomotriz, que está adaptada a todas las necesidades de niños en el espectro y con ese tipo de necesidades. Más adelante, cuando empezamos a colaborar con el Colegio Internacional Montessori aquí en Granada, ellos tienen un salón matemático cerca del Parque de las Ciencias y allí es donde basamos nuestra actividad», expone. Por ahora, son 14 niños los que participan, en grupos reducidos que desarrollan las sesiones por ciclos.

Y, aunque es pronto, los resultados ya se notan, asegura Ernesto Osuna. «Lo que hemos podido ver tras el primer ciclo, que ya concluyó, fue que los niños tenían muchísima más confianza a la hora de expresarse y ocupar espacio. Forjan amistad entre ellos. Nos ha sorprendido que ha salido incluso mejor aquí, en España, que en Estados Unidos», afirma. «Las familias están muy contentas. Cada uno tiene problemas distintos. Un padre nos decía que su hija no tenía amigos y que si fuese a celebrar su cumpleaños ahora mismo, no tenía a nadie a quien invitar. Llevamos seis sesiones, quedan dos para que acabe este grupito, y la niña, que al principio era muy nerviosa e insegura a la hora de exponerse delante de los demás, ahora es amiga del resto de niños del grupo. Juntos están batallando estas aventuras, hablando y abriéndose camino», ahonda.

-¿Y por qué se llama La Tarasca?

-Esa historia a nosotros nos toca muy de cerca. En primer lugar, porque somos de Granada y queríamos transformar este programa en una cosa que tuviera relevancia aquí, que estuviera hecha para nosotros, para nuestra comunidad y desde aquí. Ese mito de la Tarasca, precisamente, habla del dragón o el monstruo y de cómo Santa Marta fue quien acudió a amansarla de alguna manera. Creo que es un mito que representa el miedo a lo desconocido. La solución a eso no es ponerle fin o intentar de alguna manera exterminar y acabar con esa diferencia, sino acercarse a ella, intentar entenderla y, a través de la comunicación e interesarse profundamente por el otro, es como puedes integrar esas cosas que se excluyen de vuelta en la sociedad. Queremos hacer un trabajo de integración en el cual el niño no se vea excluido de la vida o la sociedad, sino que reincorporamos todas estas formas distintas de habitar el mundo. Lo que vemos como un problema, en realidad es una forma distinta de ser y estar que brilla muchísimo cuando le das su espacio y le dejas desarrollarse.

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