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Ricardo Roca, premio Referente Terapeuta 2025: «Miles de personas viven con limitación visual severa sin saber que existen soluciones»

Ricardo Roca Fernández del Villar representa la quinta generación de una saga familiar dedicada a la óptica desde 1847. Su empresa, Baja Visión Roca, en Málaga, ha evolucionado desde una óptica convencional hasta convertirse en un referente nacional en rehabilitación visual. El próximo 27 de septiembre recibirá en Chera el Premio Referente Terapeuta 2025, otorgado de forma unánime por el jurado de la asociación Anasbabi.

-¿Qué es la baja visión y por qué sus especialistas son clave en enfermedades raras?

La baja visión es una pérdida visual importante que no se corrige con gafas ni tratamientos médicos y que limita seriamente la vida diaria. En estos casos, los especialistas en baja visión jugamos un papel clave: ayudamos al paciente a aprovechar al máximo el resto visual, adaptando ayudas específicas y entrenando su uso.

-¿Y en el caso de enfermedades raras?

En enfermedades raras, donde la pérdida visual suele ser progresiva y compleja, nuestra labor es fundamental para preservar la autonomía y mejorar la calidad de vida. No curamos la enfermedad, pero sí ofrecemos soluciones prácticas, reales y humanas que marcan la diferencia, ya que la visión es muy necesaria para desarrollar el resto de habilidades de manera más coordinada.

-Innovación al servicio del paciente

Aunque se clasifica como visión de un 30% y campo menor a 20º por temas legales, para mí es la condición visual que no te permite desarrollar el conocimiento, hacer y realizar tus tareas y/o trabajo con autonomía. Por ejemplo, ver doble es baja visión, descoordinación visual por daño cerebral, o bien, un conductor profesional que necesita una mínima agudeza para realizar su trabajo y llevar el pan a casa.

-Baja Visión Roca es una empresa centenaria. ¿Cómo ha evolucionado la atención al paciente desde sus inicios hasta convertirse en un referente en innovación?

La atención al paciente ha pasado de ser meramente comercial a convertirse en un acompañamiento integral, humano y técnico. En sus inicios, la óptica ofrecía soluciones convencionales. Hoy, en Baja Visión Roca, aplicamos protocolos personalizados, tecnología de última generación y un enfoque clínico centrado en la rehabilitación visual.

«La clave ha sido mantener valores como la escucha activa y la cercanía, incorporando innovación constante»

La clave de esta evolución ha sido mantener intactos nuestros valores, como son escucha activa, cercanía, y rigor profesional, mientras incorporamos innovación constante: desde ayudas electrónicas y filtros terapéuticos hasta colaboraciones con especialistas médicos. Hemos pasado de vender gafas a cambiar vidas, y eso solo es posible cuando tradición e innovación caminan juntas.

Pandemia silenciosa

-¿Cuáles son los problemas de visión de la sociedad actual que más le preocupan?

Sin duda, me preocupa el aumento exponencial de la miopía infantil, provocado por el abuso en visión cercana y la falta de exposición a la luz natural. Es una auténtica pandemia silenciosa que, si no se controla a tiempo, puede derivar en complicaciones visuales graves en la edad adulta.

También me inquieta el retraso en el diagnóstico de enfermedades degenerativas como la degeneración macular asociada a la edad (DMAE) o el glaucoma, y sobre todo en distrofias de retina, donde el tiempo es un factor crítico. Muchos pacientes llegan tarde porque asumen que «ver mal» es parte del envejecimiento, y no lo es.

«Miles de personas viven con limitación visual severa sin saber que existen soluciones para mejorar su calidad de vida»

Ver bien siempre es posible si se actúa a tiempo, y en mi opinión el sistema sanitario público, teniendo excelentes profesionales, no está bien gestionado, ni tiene los suficientes medios para una buena atención. Y por supuesto, en el ámbito que más me toca, la baja visión, me sigue preocupando la falta de información y recursos que aún existe.

Seis consejos de oro

-¿Cuáles son sus consejos a este respecto?

Primero, revísate la vista cada año, aunque creas que ves bien. La prevención es la mejor herramienta frente a enfermedades silenciosas. Segundo, fomentar el juego al aire libre y limitar el tiempo de exposición es clave para frenar la miopía.

Tercero, no normalices ver mal. Envejecimiento no es sinónimo de pérdida visual. Hay soluciones, incluso cuando la medicina ya no puede ofrecer una cura. Cuarto, busca asesoramiento profesional, no improvises. Gafas, filtros, lupas o ayudas electrónicas deben estar adaptadas por un optometrista con experiencia en baja visión.

Quinto, cuida tus ojos como cuidas tu salud general. La visión es un pilar de la autonomía, y una buena calidad visual se traduce en una mejor calidad de vida. Y sexto, el sistema es complejo y más aún cuando hay 17 sistemas no coordinados que no permiten hacer estudios serios y clarificadores para buscar soluciones.

-¿Qué es lo más gratificante de su día a día laboral?

Sin duda, ver cómo una persona recupera parte de su autonomía y dignidad gracias a una ayuda visual bien adaptada. Cuando alguien entra a la consulta creyendo que ya no hay nada que hacer, y sale con la posibilidad de volver a leer, reconocer a sus seres queridos o simplemente cruzar la calle con más seguridad… eso no tiene precio.

Después de 40 años de profesión, sigo emocionándome cuando un paciente me dice: «Gracias, ahora vuelvo a ver la vida con otros ojos.» Ese es el verdadero motor de mi trabajo: no solo mejorar la visión, sino transformar realidades. Porque detrás de cada lente, hay una historia, una familia, una esperanza.

-¿Cómo se traslada a una persona un diagnóstico que cambiará su vida? ¿cuál es su papel en ese acompañamiento posterior para que sienta que no está solo?

Transmitir a una persona que su visión no volverá a ser la misma es uno de los momentos más delicados de nuestra labor. No se trata solo de informar, sino de saber acompañar emocionalmente. El lenguaje, el tono, la empatía… todo debe ir orientado a sostener al paciente sin restarle verdad, pero también sin robarle esperanza.

Yo siempre digo lo mismo: no vamos a devolver la visión perdida, pero sí podemos enseñar a mirar de otra manera. Y ahí comienza nuestro verdadero papel: ayudar a reconstruir una vida funcional, paso a paso, con paciencia, tecnología y cercanía. No basta con adaptar una lupa o una gafa; hay que estar ahí cuando esa persona no puede leer el prospecto de un medicamento.

La madre que volvió a leer cuentos

-¿Algún paciente que recuerde de un modo especial?

Hay muchos, pero recuerdo con especial emoción el caso de una mujer con distrofia hereditaria, muy joven, madre de dos niños pequeños. Más que un diagnóstico, le habían dado una sentencia. Llegó devastada, pensando que su mundo se terminaba. Trabajamos juntos durante meses con filtros, ayudas ópticas y mucho entrenamiento visual.

Un día me llamó llorando… pero esta vez de alegría: había conseguido leerle un cuento a sus hijos sin ayuda. Ese fue su mayor logro, y también el mío. Son historias como esa las que me recuerdan que en esta profesión no vendemos gafas; cambiamos destinos. Y eso es un gran privilegio.

-¿Quién y cómo es Ricardo?

Ante todo, una persona apasionada por lo que hago. Llevo más de 40 años en esta profesión y sigo levantándome cada mañana con la misma vocación con la que empecé: mejorar vidas a través de la visión. Soy observador, empático, y muy exigente conmigo mismo; creo firmemente que cada paciente merece lo mejor de nosotros, no solo a nivel técnico, sino también humano.

Me considero una persona cercana, con los pies en la tierra, que valora la escucha y el trato honesto. Me implico profundamente en cada caso, porque entiendo que detrás de cada problema visual hay una historia, una familia, un miedo… y también un proyecto de vida que merece seguir adelante.

Heredero de una tradición familiar que se remonta a 1847, Ricardo Roca combina la experiencia generacional con la innovación más avanzada en su consulta

He crecido en una familia de ópticos y oftalmólogos con una historia que se remonta a 1847. Fuera de la óptica, soy alguien que disfruta de las cosas sencillas: una buena conversación, la naturaleza, la familia. Pero incluso ahí, en lo cotidiano, no dejo de observar el mundo desde el prisma de mi profesión, porque ser óptico no es solo lo que hago, es también parte de lo que soy, es parte de mi ADN.

-¿Qué sintió al recibir la notificación del Premio Referente?

Fue una emoción muy profunda e íntima. No tanto por el reconocimiento en sí —que, por supuesto, agradezco enormemente—, sino por lo que representa: una mirada al recorrido, a las horas de entrega, a los silencios compartidos con pacientes que lo han perdido casi todo y aún así siguen adelante.

Cuando me notificaron el premio, pensé en todos ellos y en todos mis compañeros que han sido maestros y amigos, cualquiera de ellos es merecedor de este premio. En cada persona que ha confiado en mí cuando sentía que no quedaban opciones.

Este premio, más que un logro personal, lo siento como un homenaje colectivo a todas las historias que me han permitido ser parte de su proceso, y también a mi equipo, que comparte esta vocación conmigo cada día. Y, si te soy sincero, también sentí gratitud. Por seguir teniendo la fuerza, la ilusión y la responsabilidad de seguir aprendiendo.

-¿Diría que usted es un profesional y una persona que deja huella?

No soy yo quien debe decirlo, pero sí puedo afirmar que he puesto el alma en cada paso de este camino. He procurado ejercer esta profesión con rigor, con humanidad y con conciencia del impacto que tiene nuestro trabajo en la vida de los demás. Si algo he aprendido en estos más de 40 años es que lo técnico no vale sin lo humano.

Y si algo he intentado transmitir —a pacientes, compañeros y nuevas generaciones— es que la excelencia no está solo en la formación continua o en las últimas tecnologías, sino en mirar al paciente como un ser completo, con miedo, con esperanza, con dignidad.

Si después de una consulta, una adaptación, o simplemente una conversación, alguien se ha sentido comprendido, acompañado o esperanzado, entonces sí… me doy por satisfecho. Y si eso ha dejado huella, me honra. Porque al final, esa es la marca que realmente importa.

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