Hace unos días que volvió a lucir, escasamente, la nieve en Sierra Nevada, ese lugar donde muchos granadinos, y personas de fuera, aprendieron a esquiar de pequeños y donde el invierno parecía eterno. Pero algo ha cambiado con el tiempo. A principios de noviembre, las cumbres que antes se teñían de blanco ya muestran más roca que copos. En la estación, los cañones trabajan sin descanso para cubrir las pistas, pero incluso el aire se siente distinto, más templado e incluso más seco.
No hace falta ser científico para notar que la montaña está cambiando. Lo confirman los datos del Observatorio de Cambio Global de Sierra Nevada, que lleva décadas registrando la evolución de la nieve. Cada año el manto blanco dura menos tiempo. En los últimos 40 años, la estación ha perdido alrededor de 12 días de nieve por temporada y eso, a escasas semanas de que arranque la nueva campaña, es cuanto menos, preocupante.
El fenómeno no es exclusivo de Granada. El cambio climático, impulsado por el aumento de gases de efecto invernadero y las temperaturas más altas, afecta de lleno a las zonas de montaña. Las precipitaciones llegan ahora más a menudo en forma de lluvia que de nieve, y las olas de calor del otoño o la primavera funden antes el hielo acumulado.
Sierra Nevada, pese a tener una de las cotas más altas de Europa ya no escapa a esta tendencia. Y eso tiene consecuencias que van mucho más allá del paisaje, repercute en la economía local, el turismo, el agua y la identidad misma de la montaña.
Menos nieve, más esfuerzo
Antes se abría la temporada con un metro de nieve natural; ahora se depende del cañón…, triste, pero cierto.
En efecto, la nieve artificial se ha convertido en el pulmón de Sierra Nevada. Más de 400 cañones cubren las pistas cuando el cielo no colabora. Este pasado invierno, la estación incluso pidió permiso para aumentar la captación de agua del río Monachil, duplicando la cantidad que se usa para fabricar nieve. Es una medida de emergencia, pero también una señal de lo difícil que resulta mantener el esquí con un clima cada vez más inestable.
La nieve artificial no es una solución mágica. Requiere mucha agua y energía, y solo puede producirse si las temperaturas bajan lo suficiente. Si el aire se mantiene por encima de los 2 °C, ni siquiera los cañones pueden funcionar. Y cuando la nieve cae, a veces lo hace demasiado tarde. ¿Qué muestra esta tendencia? Que la temporada se acorta, los costes suben y la incertidumbre crece.
Aun así, Sierra Nevada resiste. La temporada pasada cerró con más de 1,2 millones de visitantes y 143 días de apertura, cifras que demuestran el esfuerzo por mantener vivo el esquí en el sur de Europa. Pero los responsables del complejo saben que no pueden depender solo de la suerte meteorológica.
Adaptarse o reinventarse
En 2025, tanto Cetursa, la empresa pública que gestiona la estación, como la Junta de Andalucía están apostando por la adaptación. Se han anunciado 19 millones de euros en inversiones como mejora de remontes, modernización de infraestructuras, eficiencia energética y nuevos sistemas de nieve artificial más sostenibles.
Pero las soluciones van más allá de la tecnología. El reto también pasa por redefinir el modelo turístico. Sierra Nevada ya no quiere ser solo una estación de esquí, ahora apuesta por convertirse en un destino de montaña para todo el año. Durante los meses sin nieve, las pistas se transforman en senderos, se organizan rutas de bicicleta, observaciones astronómicas o conciertos al aire libre. En verano, la estación ha llegado a recibir miles de visitantes en un solo fin de semana.
Paralelamente, el Observatorio de Cambio Global sigue vigilando la evolución del ecosistema. Con sensores, drones y series históricas de temperatura y nieve, los investigadores de la Universidad de Granada monitorizan cómo responde la montaña a este nuevo escenario. Su trabajo es clave, permite anticipar impactos y guiar las decisiones de gestión ambiental.
Mientras tanto, en las cotas más bajas del macizo, los efectos ya son evidentes, el deshielo prematuro altera los cursos de agua que abastecen a Granada y parte de Almería. La montaña que antes aseguraba la reserva hídrica de media Andalucía, ahora se derrite antes de tiempo.
El futuro que se juega en la nieve
La gran pregunta es clara: ¿Qué ocurrirá en los próximos años? Los estudios del Ministerio para la Transición Ecológica apuntan a que las estaciones de esquí por debajo de los 2.000 metros serán las más vulnerables al cambio climático. Sierra Nevada, al estar por encima de esa cota, aún tiene margen, pero el pronóstico no es tranquilizador. Si las temperaturas siguen subiendo, la temporada podría acortarse de manera significativa hacia 2050.
Los escenarios climáticos dibujan tres posibles caminos. El primero, optimista, confía en la adaptación a nuevas tecnologías, diversificación del turismo y una reducción real de las emisiones podrían permitir que Sierra Nevada siga funcionando, aunque con temporadas más cortas.
El segundo, intermedio, prevé temporadas cada vez más variables, con años buenos y malos, con fuerte dependencia de la nieve artificial y de inversiones continuas.
El último, pesimista, imagina una montaña donde esquiar se vuelva excepcional, y donde la estación deba reconvertirse por completo hacia un turismo de naturaleza y ocio en altura.
El propio paisaje ya muestra señales del cambio, mostrando como los glaciares fósiles retroceden, las especies adaptadas al frío se desplazan a cotas más altas y la vegetación mediterránea coloniza zonas donde antes solo había hielo.
Quizá dentro de unas décadas Sierra Nevada siga recibiendo visitantes, pero no tanto por su nieve, sino por su valor como laboratorio natural del cambio climático. De alguna manera, la montaña nos está contando su historia, la de un ecosistema que resiste, se adapta y busca un equilibrio en un planeta que se calienta.
Un invierno que cada vez se aleja más
Volver a Sierra Nevada es como mirar una vieja fotografía y descubrir que los colores han cambiado. Aún conserva su belleza, su cielo limpio y esa sensación de altura que corta la respiración. Pero el invierno ya no es el de antes, y eso invita a pensar.
El cambio climático no es una teoría que se debate en conferencias, está ahí, en el agua que falta, en la nieve que se derrite antes de tiempo, en los cañones que rugen en la madrugada para mantener viva la pista.
La montaña se adapta, sí, pero también recuerda que cada decisión deja huella en ese blanco cada vez más escaso. Sierra Nevada sigue siendo un símbolo del sur que toca el cielo. Pero quizás, para seguir siéndolo, tenga que convertirse en algo que nunca ha sido, una sierra sin nieve.
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