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Cuando el cielo se abre: la dana que cambió la forma de mirar la lluvia

«Aquel 29 de octubre de 2024, mientras veía en televisión las imágenes de Valencia bajo el agua, calles convertidas en ríos, coches arrastrados, familias evacuadas por ventanas, pensé inevitablemente en Granada». Éstas son las palabras de Dolores, vecina granadina a quien la dana le hizo pensar, y mucho.

En Valencia cayeron más de 200 litros por metro cuadrado en apenas unas horas. Las imágenes eran brutales, túneles inundados, hospitales cercados por el agua, barrios enteros incomunicados. Y aunque la tormenta pasó, dejó una pregunta en el aire: ¿y si algo así ocurriera aquí?

Desde entonces, hablar de dana ya no suena a fenómeno meteorológico lejano. Las depresiones aisladas en niveles altos se han convertido en un visitante incómodo que regresa cada otoño con más frecuencia, más fuerza y menos aviso. Y Granada, pese a no estar junto al mar, no es inmune.

Aniversario de la Dana marcado por las incidencias en Andalucía

Aquí los ríos bajan encajonados desde la sierra, Genil, Darro, Beiro, Monachil, pero basta que el cielo se abra en el momento equivocado para que la ciudad se inunde. Lo sabemos desde hace siglos. El archivo municipal recoge 29 grandes inundaciones desde 1482, cuando el Darro se desbordó por primera vez con furia, hasta 1983, cuando el Beiro y los arroyos aledaños anegaron el casco urbano.

Cierto es que el Ayuntamiento ha aprobado el Plan Municipal de Riesgo de Inundaciones. «En teoría, es el manual que debería guiarnos si la próxima dana decide caer sobre nosotros. Pero el papel no siempre resiste la realidad, y esa es la preocupación que muchos vecinos comparten hoy: ¿estamos realmente preparados?», insiste Dolores.

Los puntos débiles de la ciudad

“Granada parece tranquila cuando no llueve, pero tiene cicatrices escondidas”, le decía hace unos días un ingeniero municipal que ha trabajado en el plan a la propia Dolores.

Las cuencas que cruzan la ciudad por el Genil, Darro, Beiro y Monachil, forman un sistema tan bello como peligroso. A ellos se suman barrancos más pequeños, casi invisibles desde la superficie como el Teatino, el Hornillo, el de la Colorá, el de San Jerónimo. Todos pueden convertirse en torrentes cuando el agua decide volver a ocupar su espacio natural.

El riesgo se multiplica en las zonas bajas, donde el terreno es más llano y el agua se acumula con rapidez. La Vega de Granada es uno de esos puntos vulnerables. Su topografía facilita que, tras lluvias intensas, el agua no encuentre salida. Y si el sistema de drenaje urbano, que es viejo en algunos tramos, saturado en otros, no responde, el resultado puede ser un pequeño diluvio.

Las cuencas del Genil y el Monachil cuentan con la ayuda de los embalses de Quéntar y Canales, que amortiguan las crecidas. Pero el Darro y el Beiro, que discurren por embovedados bajo la ciudad, son otra historia, son túneles largos, estrechos y con décadas de servicio. Si una dana descarga en la sierra y el agua desciende por esos cauces, un atasco o una simple acumulación de sedimentos podrían provocar un efecto tapón.

En 1941, el Darro se rebeló. Rompió su embovedado a la altura de Plaza Nueva y abrió un agujero que se tragó parte de la calzada. Casi un siglo después, el miedo a que vuelva a pasar sigue latente. En barrios como el Realejo, Camino de Ronda o las inmediaciones del río Beiro, los vecinos comentan cada otoño lo mismo: “Aquí cuando llueve mucho, el agua no entra, sube”.

El Plamigra 2025 delimita zonas de riesgo alto, riesgo significativo y zonas seguras. Pero más allá de los mapas, lo que preocupa es la rutina, esas rejillas obstruidas, barrancos sin limpiar, y obras que estrechan los cauces.

Granada es una ciudad construida sobre agua, y eso, cuando la dana llega, se nota.

La prevención que empieza en casa

En los últimos meses, los técnicos de Protección Civil repiten una idea sencilla pero contundente: la mejor defensa es la preparación.

El jefe de Protección Civil del Ayuntamiento, Sergio Iglesias, lo resumió así durante la presentación del plan: “Las inundaciones no se evitan, se gestionan. Lo que marca la diferencia es cómo lo hacemos antes de que llueva.”

Y tiene razón. Los planes municipales como el Plamigra establecen protocolos muy precisos, qué hacer cuando se activan los avisos de la AEMET, cómo coordinar los equipos de emergencia, qué calles cerrar, por dónde evacuar. Pero también contemplan algo que a menudo olvidamos: el papel de cada ciudadano.

Las recomendaciones son sencillas, pero vitales. Conocer si tu vivienda está en zona inundable; revisar desagües, bajantes y salidas de agua antes del otoño; evitar aparcar en zonas bajas o junto a cauces cuando hay aviso naranja o rojo.

Una Dana se aproxima a Granada: se esperan lluvias, tormentas y bajada de temperaturas esta semana

En lugares como Murcia, Alicante o la propia Valencia, los vecinos han aprendido a seguir esos pasos tras meses y años de sustos. En Granada, por suerte, las lluvias extremas no son tan frecuentes, pero cuando llegan, lo hacen sin avisar.
Los expertos de la Universidad de Granada, como el profesor Leonardo Nanía, recuerdan que la pluviometría en Sierra Nevada puede triplicar la de la Vega. Eso significa que una tormenta en la sierra puede bajar en minutos hacia la ciudad.

«Granada tiene memoria, sabe que el Darro puede despertar, que el Beiro puede crecer, que la Vega se inunda si se la ignora. Lo que falta es mantener la mirada alerta. Porque una dana no avisa; simplemente llega. Y cuando lo haga, más vale que no nos encuentre desprevenidos», concluye Dolores.

 

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