Amaneció el jueves cuando todavía había quien estiraba la primera gran noche de feria, pero ya en las casetas se sentía el runrún que antecede a una fecha especial. De algún modo, los nervios revoloteaban el estómago de la ciudad como en las horas previas a un reencuentro. Y no era para menos, porque la espera se había alargado décadas. Los 25 protagonistas, niños de entre tercero y quinto de primaria, ni siquiera habían nacido la última vez que la danza precedió a la Custodia, pero la inquietud era en ellos más intensa. Hasta que llegó el momento, un día de Corpus Christi que, aun tradicional, se reencontró con sus raíces. Volvieron los seises y Granada bailó con ellos.
Fueron, sin saber hasta qué punto, los grandes protagonistas del día en que la Custodia recorrió la ciudad. Con su danza, llenaron de gracia la Catedral granadina hasta que las puertas se abrieron y, bajo el dintel, comenzó a desfilar un larguísimo cortejo. No había quien no quisiera acompañar a Dios en su breve paseo por las calles de Granada. Fuera aguardaba la devoción de miles de granadinos, que se entretuvieron con pulso flamenco. «Dale, que dale, que dale. Toma, que toma, que toma», fluían los bailes en la Plaza de las Pasiegas, hasta que la Banda de Cornetas y Tambores del Despojado anunció el comienzo del gran día del Corpus Christi.
La Custodia cruzó el umbral de la Catedral y retumbaron los fuegos artificiales por toda la ciudad. El paso se presentó en la Plaza de las Pasiegas, recibido con una cariñosa ovación de los granadinos, y con sus detalles embelesó a quienes aguardaban desde primera hora de la mañana, llamados por el fervor a su encuentro. Comenzó su día grande.
Empezó a discurrir por las calles de una Granada vestida de gala. A cada rincón, un altar por el Corpus. Algunos, coquetos; otros, más ostentosos. Todos, eso sí, llenos de pasión. El cortejo se fue por Marqués de Gerona para cruzar después la calle Mesones hasta llegar a Reyes Católicos. Se trasladó desde allí hasta la Gran Vía de Colón, antes de virar por Cárcel Baja y moverse hacia las Pasiegas. Allí, donde todo comenzó, se refugió de nuevo en la Catedral, donde todavía le esperaba el Cristo de la Misericordia. Se despidió, cariñoso, hasta el año que viene, y a su marcha abrió una nueva brillante tarde de feria.