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El exorcismo del Albaicín: la noche en que el miedo tomó Granada

Febrero de 1990. Una llamada rompe la calma de la madrugada granadina. El forense Blázquez, curtido en años de autopsias y sin miedo a la muerte, recibe el aviso: debe acudir a la morgue. Un cuerpo ha llegado desde el barrio del Albaicín. Nada le hacía pensar que aquella noche marcaría el resto de su vida.

La morgue, un cuarto angosto de azulejos fríos y una mesa de piedra, lo recibe con silencio. Solo hay un cuerpo bajo una sábana. Por la silueta, por los rasgos, adivina que es una mujer. Al destapar ligeramente el lienzo, un detalle lo deja perplejo: el cabello rizado se eriza hacia arriba, como si la electricidad hubiera quedado atrapada en cada mechón. Blázquez reconoce el signo de una descarga eléctrica, pero algo en esa imagen lo desarma.

Al descubrir el rostro, el forense se queda inmóvil. La cabeza cuelga torcida, como si el cuello fuera el de una muñeca rota. La expresión congelada del rostro, una mueca entre el dolor y el terror, parece mirarlo incluso bajo la luz amarillenta de la morgue.

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Saca su vieja Polaroid y toma la primera fotografía. Espera el revelado. La imagen no aparece. Otra foto. Negra. Una más. También negra. Piensa que es el carrete, pero al probar con la cámara Betamax del laboratorio, el monitor solo devuelve un destello y oscuridad.

Al revisar la etiqueta del cuerpo, el forense lee algo que lo hiela: Encarnación, Granada, barrio de Albaicín y en rojo pone “exorcismo”.

Era el cuerpo de Encarnación Guardia, vecina del Albaicín. El informe médico revelaría más tarde un cuadro de lesiones imposibles de entender en un contexto doméstico. La prensa bautizaría el caso como “el exorcismo del Albaicín”, uno de los sucesos más extraños y sobrecogedores de la Granada de los noventa.

Entre la literatura y la histeria

Tres décadas después, el eco del exorcismo aún vibra entre las callejuelas empedradas del Albaicín. Pocos vecinos quieren hablar del tema. Otros lo recuerdan como un rumor que creció con el miedo.

La escritora May R. Ayamonte, autora de «Lo que oculta la noche», se inspiró en este suceso y en otro posterior, conocido como “el exorcismo del vudú del Albaicín”, para construir sus novelas.

“Me preguntaba por qué en el mismo barrio, con solo cinco años de diferencia, ocurrieron dos supuestos exorcismos. Algo pasaba a nivel social. Era un momento de fuerte carga religiosa, de superstición y miedo”, indica May.

Ayamonte asegura que los vecinos conservan recuerdos fragmentarios, casi como ecos del recuerdo original: “Cada uno tiene su versión, su rumor, su propia manera de recordar aquella noche. Pero el silencio pesa. Algunos implicados siguen viviendo en el barrio. Es un tema que todavía incomoda”.

El periodista y guía de rutas misteriosas, César de Requesens, coincide en que aquel suceso fue una mezcla de fanatismo y locura colectiva: “No fue un exorcismo real, sino una improvisación peligrosa. Gente sin preparación creyó enfrentarse al demonio. La propia Encarnación fue quien convenció a los demás de que estaba poseída”, explica.

De Requesens recuerda que el juicio posterior reveló que la víctima había ingerido cantidades imposibles de sal y vinagre, un ritual doméstico que derivó en asfixia, deshidratación y lesiones fatales. Los implicados fueron condenados, pero con penas mínimas.

“Fue un acto de histeria, de creencia ciega. Y eso dejó una huella en el barrio. Hasta hace poco, la casa donde ocurrió seguía vacía. Nadie la quería”, indica César.

El caso, sin embargo, trascendió lo judicial. Pasó a formar parte del imaginario oscuro de la ciudad. Granada, capital de leyendas moriscas y conventos encantados, sumó a su catálogo una historia moderna de superstición y muerte. “Una leyenda negra”, la llama César de Requesens.

El eco del miedo

El caso de Encarnación Guardia ha sido objeto de programas, libros y rutas temáticas. Décadas después, aún se cuentan anécdotas que rozan lo imposible.

Hay una línea tenue, casi invisible, que separa lo real de lo sobrenatural, y es precisamente esa frontera la que fascina y aterra al mismo tiempo. Casos como el exorcismo de Almansa, con muchas similitudes al del Albaicín, en el que una madre creía que su propia hija estaba poseída, revelan cómo el miedo y la desesperación pueden transformar la percepción de la realidad.

Esta sensación de incertidumbre se refleja en películas como Expediente Warren, «El diablo me obligó a hacerlo» o «Cadáver». En esta última, la acción transcurre en una morgue y las fotos de los fallecidos nunca se revelan, dejando que el terror se alimente de la imaginación del espectador, algo muy similar a lo que ocurrió previamente con Encarnación.

El expediente forense sigue siendo uno de los más enigmáticos de la historia criminal granadina. Y aunque las explicaciones racionales apuntan a la sugestión, a la influencia de sectas y a un entorno familiar marcado por el fanatismo, otros insisten en que hubo algo más. Algo que se escapa a la lógica.

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Hoy, el Albaicín ha cambiado. Las casas blancas de cal reciben a turistas y estudiantes. Pero los más antiguos aseguran que, en las noches húmedas de invierno, el aire del barrio hace resonar ecos. Que aún se oyen rezos apagados detrás de ciertas paredes.

Una historia que, más de treinta años después, sigue recordando que el miedo no siempre se esconde en lo sobrenatural, sino en lo que cada uno es capaz de creer.

 

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