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El obispo de Málaga invita a los fieles a «contemplar, celebrar y compartir» durante la Navidad

El obispo de Málaga, monseñor José Antonio Satué, ha invitado a los fieles de la Diócesis de Málaga y de Melilla a «contemplar, celebrar y compartir» durante estas fechas de Navidad, sobre la que ha destacado su finalidad: «esta fiesta entrañable atrae la mirada hacia un misterio central de nuestra fe: el nacimiento del hijo de Dios», en su mensaje navideño.

Asimismo, además de hacer un llamamiento a los fieles a compartir, el prelado les ha pedido que celebren el nacimiento de Jesús. «Cuando nos acercamos a cada hermano y hermana con sinceridad y sin prejuicio, cuando nos escuchamos y nos perdonamos, cuando brindamos juntos por tantas cosas buenas que Dios nos regala, Jesús vuelve a ser buena noticia, nace de nuevo entre nosotros, crece la fraternidad, se destierra la soledad y despierta la esperanza», ha señalado.

Texto

«En esta Navidad, contempla, celebra y comparte.

Queridos diocesanos, hermanas y hermanos de Málaga y Melilla:

Se acerca la Navidad. Para los creyentes cristianos, esta fiesta entrañable atrae la mirada hacia un misterio central de nuestra fe: el Nacimiento del Hijo de Dios. Esta fecha dirige nuestra atención hacia una escena que está grabada en nuestra memoria desde la más tierna infancia: el portal de Belén. El tiempo de cada final de año parece detenerse y concentrarse en la vivencia, eminentemente familiar, de este acontecimiento: Dios se acerca a nosotros, hasta hacerse humano, un bebé que rezuma ternura. A todos, creyentes o no, a quienes disfrutáis de estos días y a los que deseáis que llegue cuanto antes el día siete de enero, permitidme que os invite a vivir esta fiesta con la intensidad que merece, conjugando tres verbos.

Contemplar. Os invito a leer el Evangelio del nacimiento de Jesús o simplemente colocaros ante un Belén, el de la casa familiar o alguno de los belenes públicos que se nos ofrecen por tantas cofradías y otras instituciones, y contemplemos la escena como si estuviéramos presentes en el establo donde Jesús nació: miremos al Niño con los ojos de María y José; imaginemos los olores de aquel sencillo lugar; acojamos con cariño al recién nacido; acariciemos su piel y dejemos que su manecita se agarre a la nuestra. Este ejercicio, tan propio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y aparentemente infantil, conseguirá que la inmensidad del misterio de Dios se introduzca en la humildad de nuestra sensibilidad y vaya moldeando el sentido de nuestra vida.

Al arrodillarnos, como los Reyes de Oriente, ante el pesebre de Belén, nos rendimos ante la inmensidad del Amor de Dios, que se acerca a nosotros y aprendemos que los colores del verdadero amor son la compasión, la cercanía y la paciencia. Dejemos que el Niño Dios nos mire y en sus ojos veremos reflejado el ser de Dios y su amor por la humanidad. Dios se hizo pequeño y entró en la historia humana con la lógica del amor: no humilla a los que ama, sino que los eleva; no se impone, sino que se ofrece. Es el Enmanuel, «Dios-con-nosotros», la Palabra de Dios hecha carne.

Celebrar. La contemplación del Misterio, nos inunda de serena alegría y nos lleva a la celebración festiva. El Hijo de Dios, que ha nacido en el seno de la familia de María y José, recluido en el anonimato de un establo, y es reconocido por un pueblo representado por unos humildes pastores, a quienes se les ha anunciado esta alegre Noticia: «Os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Ellos, vencido el primer temor por tal anuncio, acuden a adorar al Niño con gran gozo, acompañados de sencillos y angelicales cantos: «¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios tanto ama!».

Hoy, cada uno de nosotros, estamos invitados a acudir a contemplar el Misterio de Dios Encarnado, que se hace visible en medio de nuestras familias y en nuestras comunidades cristianas. Cuando nos acercamos a cada hermano y hermana con sinceridad y sin prejuicio, cuando nos escuchamos y nos perdonamos, cuando brindamos juntos por tantas cosas buenas que Dios nos regala, Jesús vuelve a ser Buena Noticia, nace de nuevo entre nosotros, crece la fraternidad, se destierra la soledad y despierta la esperanza. ¡Es para celebrarlo!

Compartir. Contemplar y celebrar nos invita a compartir. Las buenas noticias no pueden recluirse en la satisfacción individual, reclaman ser comunicadas y compartidas. Quien contempla y celebra el Nacimiento del Hijo de Dios en la pobreza del portal de Belén, se siente impulsado a llevar esta Buena Noticia a los demás, especialmente a los pobres, los descartados y los frágiles. El Hijo de Dios, que nació en un establo y se vio obligado a emigrar a Egipto, nos desinstala de nuestra comodidad y nos pone en camino hacia el hermano. No celebraremos una verdadera Navidad, si no nos acercamos a quienes viven en la intemperie de la vida. La Campaña de Cáritas nos recuerda que «mientras haya personas, hay esperanza”, y nos invita a comprometernos para que “tener una vida digna deje de ser una cuestión de suerte».

Al encontrarnos con los pobres, no sólo les llevamos alguna ayuda, sino que en ellos nos encontramos con el Salvador. Ellos son la manifestación –la epifanía– cotidiana de su presencia en medio de nosotros. Si queremos ser amigos de Jesús, deberíamos hacernos amigos de los necesitados, acompañándolos con humildad, escuchando sus historias con respeto. Así, veremos cómo Dios nos salva desde ellos.

Que esta Navidad, hermanas y hermanos, nos haga más contemplativos, más fraternos y más solidarios».

+ José Antonio Satué Huerto
Obispo de Málaga

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