Ver a la Esperanza en la ciudad eterna fue sobrecogedor. La Virgen de todos los malagueños estaba ahí, delante del Coliseo desprendiendo fe y esperanza en el epicentro de la cristiandad. Roma fue testigo, sí, pero Málaga… Málaga es su casa. Y este sábado, la ciudad volvió a demostrar por qué la Esperanza no es solo una Virgen, sino un latido colectivo.
Desde que los varales del trono de María Auxiliadora asomaron por la puerta de la Catedral, Málaga entera se hizo un solo cuerpo. No cabía un alma más en la plaza ni en las calles que aguardaban su regreso. El bullicio era oración. El silencio, también. Se vivió algo que sobrepasa la palabra «procesión»: fue un reencuentro, una entrega sin condiciones.
El cortejo arrancó envuelto en incienso. Los verdiales pusieron música de raíz al inicio de un camino que no era solo de piedra: era un camino de lágrimas, de promesas cumplidas, de abrazos reencontrados en cada esquina. Y es que no fue solo la Esperanza la que volvió. Volvimos todos con ella.
Málaga entera salió al paso. Y Málaga cofrade, unida como pocas veces, se volcó de corazón. Hermandades que normalmente procesionan en días distintos, de estéticas diversas, de barrios opuestos, también decidieron participar en el cortejo con propuestas como petaladas o saetas. Los hombres y mujeres de trono, los albaceas, los mayordomos, los devotos anónimos. Todos al servicio de la Reina, todos al servicio del pueblo.
La Pollinica regaló alegría en forma de aleluyas. Salutación sembró el aire de flores. La Expiración elevó su plegaria en coral. Cautivo, Sentencia, Rocío… Cada hermandad tejió un gesto. Cada cofradía puso su parte del alma. Y no fueron sólo los actos visibles: balcones engalanados con mimo, altares improvisados, saetas que rasgaron el cielo y sevillanas que nacieron del corazón. Desde los verdiales más autóctonos hasta el que callaba con los ojos brillando, todo fue una única voz: «¡Bienvenida, Esperanza!».
El pueblo supo hacer suya cada esquina. En cada calle, una sorpresa. En cada curva, un regalo. En cada mirada, el mismo milagro: el de sentirse parte de algo eterno. Y en el Puente que lleva su nombre, Málaga se volvió a unir, no sólo para decirle ‘hasta el año que viene’ a su Esperanza, sino ‘hasta siempre’ a unas semanas que quedarán para la historia.
Porque la Esperanza no volvió sola. Volvió con el eco de Roma, sí, pero volvió también con las manos de Málaga abiertas de par en par. No fue un simple regreso. Fue una consagración. Fue la prueba viva de que en esta ciudad, cuando Ella camina, no hay división, ni calendario, ni diferencia que valga. Volvió la Esperanza. Y con ella, la certeza de que en Málaga hay cosas que no mueren, porque viven en el alma.
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