Granada ya se acostumbra a convivir con su Zona de Bajas Emisiones (ZBE), en funcionamiento real desde el pasado 1 de octubre. Aun con ello, dos meses después de su implementación efectiva, todavía levanta ampollas y controversia. La limitación de acceso por el municipio en que estén censados los vehículos, así como por su catalogación medioambiental -con etiqueta, hay luz verde-, propicia el disgusto de buena parte de la población granadina. Los expertos, sin embargo, avalan la medida y ofrecen respuestas contundentes a las cuestiones que todavía rondan la cabeza de los ciudadanos.
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Bernardino Alcázar es jefe de la sección de Neumología en el Hospital Virgen de las Nieves y profesor de la Facultad de Medicina. Su trabajo, por ende, pone el foco sobre las afecciones que la polución del ambiente puede suponer en la población. A su juicio, no hay duda: «Granada necesita una ZBE, primero, porque tiene el tercer peor dato de toda España en contaminación ambiental en días que tenemos mala calidad del aire. Esto tiene consecuencias en la salud, tanto de la gente que padece ya de alguna enfermedad cardíaca o pulmonar y también para la gente joven, porque la contaminación sabemos que impide el desarrollo correcto del sistema respiratorio», sostiene el especialista.
En la misma línea se expresa el médico y también profesor de la Universidad de Granada Nicolás Olea. «Hay que reducir la exposición humana a contaminantes atmosféricos. Los datos son muy preocupantes y están actualizados», asegura, en lo que desvía la mirada hacia un dossier en su mesa. «La propia Unión Europea lo acaba de publicar en este informe del 1 de diciembre. La población europea está expuesta a altas concentraciones de algunos contaminantes ambientales. Fundamentalmente, se trata de partículas PM2,5, de ozono y de dióxido de nitrógeno», apunta. El caso de Granada, además, es particular. «Las condiciones, por geología y distribución de vientos, hacen que la población urbana esté altamente expuesta a estos contaminantes», advierte.
Pero además, dicho documento emitido por la UE revela el impacto de la circulación en la polución ambiental más allá de la propia emisión de gases. «Siempre hemos considerado que la contaminación atmosférica estaba vinculada claramente a la combustión y al tráfico rodado. Ahora, hemos visto que un tercio o quizás la mitad de los contaminantes en forma de partículas proviene del desgaste de los neumáticos y el desgaste de los frenos. Eso aumenta más la certeza de que es el tráfico rodado uno de los grandes contribuyentes a esa exposición a partículas», aclara, convencido de que, por ello, «hay que reducir el tráfico en toda su forma dentro de las zonas urbanas».
No solo comprende con esa afirmación a los transportes con motor de combustión, «sino también incluso aquellos vehículos eléctricos que utilizan las mismas ruedas y tienen los mismos frenos». «En otras palabras, la decisión valiente es reducir el tráfico en las zonas urbanas. Y eso no atañe solamente a Granada capital como núcleo urbano, sino a toda la zona que comparte el mismo aire o el mismo mal aire. Es decir, toda el área metropolitana tiene el mismo problema», concluye Olea.
Efectos de la ZBE
En cualquier caso, ambos concuerdan también en que el impacto de la implementación de la ZBE será notorio. «Tiene un impacto, digamos que sería a corto plazo, y se podrá ver yo creo que próximamente, porque con la reducción o la mejora del aire ambiental que tengamos en la ciudad debería de haber menos asistencia en urgencias y menos ingresos hospitalarios por descompensación de enfermedades cardiorrespiratoria. Después, en el plazo de 20 años sí que podríamos ver efectos, sobre todo en la salud respiratoria de la gente que ahora mismo está creciendo», desarrolla Bernardino Alcázar, quien piensa igualmente que la manera en que se ha confeccionado en Granada «debería surtir efecto».
«La mayoría de la gente de la zona metropolitana es la que viene en coche a la a la ciudad. La gente que reside en la ciudad sale menos, utiliza menos el coche que la gente del área metropolitana», considera, a lo que añade que «por algún lado hay que empezar». «Yo entiendo que aunque pueda ser polémico, si se empieza por un sitio o por otro, lo lógico es empezar por las zonas donde más gente viene, de fuera de la ciudad, y debería verse un efecto progresivo. Por supuesto, cuantos menos coches haya, cuantos menos camiones haya, cuantas menos furgonetas haya en la ciudad con la Zona de Bajas Emisiones, mejor va a ser la calidad del aire que vamos a tener», apostilla.
Nicolás Olea, por su parte, considera que «tendría que ser aún más drástica». «Tendría que limitarse a toda la zona metropolitana. Granada se puede beneficiar, pero es que tendría que extenderse ese beneficio a todas las personas expuestas en el Área Metropolitana. Tienen que entender que esto no es un capricho, esto es una medida más que necesaria», abunda, antes de precisar las posibles afecciones en que puede derivar la contaminación ambiental. «Hablamos de asma, de enfermedad pulmonar crónica, de diabetes, de infarto y de cáncer de pulmón, enfermedades muy prevalentes con un costo enorme en salud y un coste enorme económico y en mortalidad de la población», determina.