Desde hace un mes, cada mañana en La Malahá empieza igual para Lary y su hijo Aarón. Mochila preparada, ropa puesta, ilusión intacta… pero sin colegio. Aarón, que tiene trastorno del espectro autista, no ha podido comenzar el curso con el resto de niños de su edad. No por falta de ganas ni por una cuestión médica, sino porque nadie vino a recogerlo.
Él está matriculado en el CEIP Cristo del Rescate, en Escúzar, un centro que cuenta con aula específica para niños con necesidades educativas especiales. El colegio está a unos diez minutos en coche, pero su familia no tiene vehículo propio. Durante semanas, su madre ha esperado una solución que parecía no llegar nunca. Este jueves, por fin, eso cambia: APAE (Agencia Pública Andaluza de Educación) ha confirmado que un taxi con acompañante lo recogerá en casa y lo llevará al colegio cada día.
La emoción se mezcla con el alivio. Lary ha pasado semanas entre llamadas, correos y silencios administrativos. “Lo único que quería era que mi hijo pudiera ir al colegio como cualquier otro niño”, dice. “Él necesita su rutina, su espacio, sus compañeros… No podía seguir así”.
Cuando lo urgente se vuelve invisible
Lo que para otras familias es un trámite más al principio de curso, para Lary y Aarón se convirtió en una barrera insalvable. Aunque el centro le aseguró que habría transporte, la realidad fue otra: el servicio no estaba previsto en la planificación inicial del curso. Nadie había comunicado a tiempo que Aarón necesitaría transporte adaptado, por lo que no se incluyó en las rutas escolares.
La petición oficial no entró hasta bien entrado septiembre. Se intentó primero incorporarlo a una ruta ya existente, pero el acceso al centro educativo no permitía el paso de un autobús. Finalmente, se optó por contratar un taxi privado, con la figura obligatoria de un monitor acompañante. Esa contratación ha tardado semanas en completarse, aunque ahora ya está confirmada.
Durante este tiempo, la madre se ofreció incluso a acompañar ella misma al niño, si eso aceleraba el proceso. “Cada día me preguntaba si hoy sería el día. Aarón me decía que quería ir al cole, y yo no tenía una respuesta que darle”.
Detrás de los papeles, una infancia que espera
Para Aarón, el colegio no es solo un lugar donde aprender. Es donde encuentra herramientas para comunicarse mejor, donde puede desarrollar habilidades con profesionales especializados, donde puede socializar. La espera no ha sido un simple retraso: ha supuesto perder casi un mes de adaptación, convivencia y apoyo educativo.
Este retraso pone sobre la mesa una realidad incómoda: los procedimientos administrativos a veces se mueven más lento que las necesidades reales de los niños. Aunque la respuesta ha llegado, ha tardado más de lo que cualquier familia podría entender. No ha habido oposición ni negativa, pero sí una falta de agilidad que ha dejado a un menor con necesidades especiales fuera del sistema educativo durante semanas.
Un primer día con sabor a victoria
Ahora sí. Este jueves, cuando el taxi pare frente a la casa de Aarón, será más que un simple trayecto al colegio.
Será el comienzo real de su curso, aunque llegue con 30 días de retraso. Para su madre, será el final de una lucha silenciosa pero firme. Para el propio Aarón, un reencuentro con su derecho a aprender, jugar y crecer con los demás.
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