En el Cementerio de San Fernando, donde descansan algunas de las figuras más ilustres de la historia de Sevilla, se alzan dos crucificados que han trascendido su valor artístico para convertirse en fuente de misterio y leyenda. Ambos, el Cristo del panteón de Aníbal González y el Cristo de las Mieles de Antonio Susillo, custodian historias que entrelazan arte, tragedia y fascinación popular.
El Cachorro del Cementerio
Entre los mausoleos del camposanto, uno de los panteones más visitados es el del arquitecto Aníbal González, autor de la Plaza de España. Su tumba está custodiada por una imagen de Cristo crucificado que, según la leyenda, sería el mismísimo Cristo de la Expiración, conocido popularmente como el Cachorro.
Durante décadas, muchos sevillanos han asegurado que la imagen original fue trasladada al panteón del arquitecto tras el incendio que afectó a la sede de la hermandad trianera. Sin embargo, la historia documentada desmiente el mito. La figura que acompaña a Aníbal González en su descanso eterno es en realidad una copia realizada por el escultor Eduardo Muñoz Martínez, colaborador habitual del arquitecto. La policromía corrió a cargo de Cayetano González, sobrino del propio Aníbal.
Aníbal González habría solicitado permiso a la Hermandad del Cachorro para reproducir la imagen, que inicialmente se encontraba en el panteón de los López-Solé, familia con la que los González mantenían lazos de parentesco. A la muerte del arquitecto, su viuda pidió que la escultura fuera trasladada al panteón familiar, donde hoy sigue atrayendo a curiosos y devotos que continúan repitiendo, generación tras generación, que ese Cristo “es el verdadero”.
El Cristo de las Mieles, la dulzura de una tragedia
Pocos metros más allá, en una de las avenidas principales del cementerio, se encuentra otro crucificado que ha dado origen a una de las leyendas más singulares de Sevilla: el Cristo de las Mieles, obra en bronce de Antonio Susillo, realizada en 1895.
La historia de esta escultura combina el genio artístico con la tragedia personal. Se cuenta que Susillo, endeudado y en busca de redención profesional, volcó toda su pasión en este Cristo sereno, de mirada elevada y anatomía impecable. Sin embargo, tras concluir la obra, una duda técnica lo atormentó: el cruce de los pies, representado con cuatro clavos en lugar de tres, lo hizo pensar que había cometido un error imperdonable. Aquella angustia, según la leyenda, lo llevó al suicidio.
La realidad parece más humana, pues los problemas económicos y personales tras su segundo matrimonio lo empujaron al trágico final. Pero fue después de su muerte cuando nació el mito. Visitantes del cementerio aseguraron ver cómo del rostro del Cristo manaba miel, un suceso que muchos interpretaron como un milagro.
La explicación llegó tiempo después, cuando se supo que el hueco interior de la escultura se había convertido en una colmena. Las abejas, instaladas en el interior del Cristo, producían miel que, con el calor, se derretía y escapaba por la boca de la figura. Desde entonces, los sevillanos lo bautizaron con el nombre del Cristo de las Mieles.
Dos leyendas, un mismo camposanto
El Cementerio de San Fernando no solo es lugar de reposo, sino también un museo al aire libre donde arte y espiritualidad se entrelazan. Los dos crucificados, el del arquitecto y el del escultor, son testimonio de cómo Sevilla ha logrado transformar el arte sacro en leyenda. recordando que, en esta ciudad, incluso la muerte se vive con arte.
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