Hoy se cumplen 86 años del fusilamiento de Las Trece Rosas, trece jóvenes mujeres ejecutadas por el régimen franquista el 5 de agosto de 1939 en Madrid. En un país aún en proceso de reconciliación con su pasado, su historia sigue siendo uno de los símbolos más conmovedores de la represión política tras la Guerra Civil.
Las Trece Rosas, con edades comprendidas entre los 18 y 29 años, fueron fusiladas contra la tapia del Cementerio del Este (actual Cementerio de La Almudena) tras ser condenadas por un tribunal militar en un juicio sin garantías. Eran militantes o simpatizantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), y su verdadera “culpa” fue seguir organizadas políticamente tras el fin del conflicto. Aunque no participaron directamente en ningún atentado, fueron acusadas de colaborar con la resistencia clandestina y de «adhesión a la rebelión».
Entre ellas estaba Julia Conesa, de apenas 19 años, cuya carta de despedida antes de ser ejecutada dejó una frase que ha quedado grabada en la memoria colectiva: «Que mi nombre no se borre de la historia.» Junto a Julia fueron ejecutadas también Carmen Barrero, Blanca Brisac, Pilar Bueno, Virtudes González, Elena Gil, Ana López, Martina Barroso, Joaquina López, Adelina García, Dionisia Manzanero, Luisa Rodríguez y Victoria Muñoz.
Un símbolo de la lucha por la libertad
La historia de Las Trece Rosas ha sido contada en libros, documentales, obras de teatro y en la película homónima dirigida por Emilio Martínez Lázaro en 2007. Desde entonces, su legado ha trascendido generaciones, convirtiéndose en un emblema de la resistencia femenina, la lucha antifascista y el valor de quienes defendieron sus ideales frente al autoritarismo.
En los últimos años, la Ley de Memoria Democrática ha impulsado políticas de exhumación de fosas comunes, reparación simbólica a víctimas y creación de espacios de memoria. Pero muchas voces coinciden en que todavía queda mucho por hacer. Hoy, 86 años después, sus nombres no se han borrado, siguen vivos en la memoria de todo el país.