Era 18 de agosto, como este lunes, pero no había smartphones que permiten la comunicación casi ininterrumpida y una localización continua. Era el año 2000 y el contexto tecnológico no ofrecía estos recursos, que tal vez habrían contribuido a cerrar el caso mucho antes. María Teresa Fernández tenía 18 años y, como cualquier joven, se preparó para disfrutar de la noche en la fiestas de Motril junto a su novio, con quien había quedado para ir más tarde, con más amigos, al concierto de Café Quijano. «Puede que tarde, pero voy. Espérame», le escribió a las 21.53 horas. Han pasado 25 años desde entonces y su familia sigue esperando que regrese.
A María Teresa se le perdió el rastro de forma repentina. La menor de tres hijas, una chica responsable y cariñosa, había quedado en la playa con su pareja, pero nunca llegó. Fue precisamente una de sus hermanas quien, preocupada porque no aparecía, dio la voz de alarma. Llamó a sus padres para avisar de que no había llegado, lo que inició todo.
Su padre, Antonio Fernández, la había visto hacía unas horas. La llevó en coche hasta la Avenida de Andalucía, donde estaba previsto que cogiera un autobús que la llevaría hasta la playa, donde había quedado con su pareja. El plan era, desde allí, desplazarse al recinto ferial para disfrutar del concierto y que el recuerdo de esa noche fuera bien distinto. Pero algo sucedió en el trayecto, aunque nunca nadie supo qué. Ni siquiera quienes la vieron por última vez, unos conocidos que la avistaron caminando pro dicha calle mientras miraba al teléfono móvil. Se esfumó de repente.
Una investigación sin pistas
El novio de María Teresa, preocupado por no saber de ella, fue en su búsqueda hacia el centro de Motril, pero no dio con ella. Fue el primero que trató de encontrarla. Lo siguiente fue un rastreo demasiado complejo. No había pistas, nadie había visto nada y no había cámaras de seguridad que ofrecieran algún hilo del que tirar. Sus padres, Antonio y Teresa, presentaron la denuncia pertinente a la mañana siguiente, lo que promovió el despliegue de amplios dispositivos de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Solo tenían clara una cosa: no fue una marcha voluntaria.
La investigación comprendió una búsqueda por distintas zonas de Motril que, incluso, se fue extendiendo con el paso del tiempo. Interrogatorios, consultas, inspecciones… No había nada. En ningún lado. Solo aquel mensaje: «Espérame».
Tony Alexander King
Cada línea de investigación se fue enrevesando y ramificando con el paso de los años, hasta desembocar siempre en el mismo punto muerto. Hasta que en 2004 dio un giro brusco. Tony Alexander King, asesino de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes, envió desde la prisión de Albolote una carta en la que aseguraba que su amigo Robert Graham había acabado con la vida de una joven en Motril. Todo encajaba.
Los padres de María Teresa llegaron a hablar con él, que aseguró haber presenciado el asesinato, y solicitaron un careo entre ambos. Pero nunca se produjo y las pesquisas no arrojaron más luz sobre lo sucedido, por lo que la hipótesis fue descartada, considerada no concluyente. Otro hilo que se escapó de entre los dedos de Teresa y Antonio, que vieron cómo, con el tiempo, la búsqueda quedó en el olvido, derivada a un correo electrónico y una dirección postal, la de la Comisaría de Motril, destinadas a recibir cualquier pista. El caso sigue abierto, pero
En diciembre 2008, la madre de Mari Tere sufrió una agresión en plena calle, por parte de un individuo cuya identidad nunca llegó a ser aclarada. Con ella, recibió una amenaza para que no siguiera hablando del caso. Pero nada de ello acabó con su esperanza. Sus padres no la olvidan y no quieren que alguien lo haga. Insisten en la búsqueda de alguna pista que permita ese careo entre King y Graham, o cualquier otra vía que les permita encontrar a su hija. Porque fue lo que ella, en ese último mensaje, pidió. «Puede que tarde, pero voy».