La tarde no fue lo único que empezó a caer sobre el recinto ferial de Almanjáyar en cuanto los platos fueron retirados de las mesas. En lo que La Malafollá celebraba su cumpleaños con su tradicional entrega de premios, sobre la frente de quienes dejaban escapar el humo como una locomotora antigua impactaba alguna tímida gota de agua. Las miradas, al cielo, se encontraron con un techo ceniciento que auguraba chaparrón y, para los más aventurados en el pronóstico meteorológico, hasta tormenta. Pero conforme se acercaron las horas críticas de feria, los nubarrones se disiparon, como si las ganas de Corpus de los granadinos hubieran soplado hasta despejar el cielo. Y una vez allí, se apagó el habitual ruido de los columpios.
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«Así es mejor», asegura Carla, a quien todavía le tiemblan las piernas tras bajar del ‘Experience’. «Con ruido se está más agobiado», apunta Alba, quien se congratula de que «además, no ha venido nadie porque se supone que había tormenta». «Es mejor que no pongan música, porque está muy fuerte y nos molesta», argumenta Valentina, también con el miedo en el cuerpo tras haber montado en el Ratón Vacilón. A Lucas, en cambio, no le convence la idea. «Me gustaría que hubiera, pero no que le duela el oído a los pequeños», duda. Aunque la causa, permitir el disfrute de las personas que padecen autismo, pone a los mayores de acuerdo. «Es una idea fantástica y se está tranquilo», asevera Iván.
Él y algunos padres más del colegio de su hijo decidieron que este lunes era la jornada perfecta para llevar a los niños al ferial. «La verdad es que hemos escogido al final un día estupendo, porque parecía que iba a llover pero hace la temperatura ideal», sonríe. Tanto él como el resto de «amiguillos» de la escuela se encuentran en plena etapa de su habitual tour por la feria. «¿La ruta? La de todos los años: una vuelta por la zona de columpios, ahora nos beberemos un vinillo en el pisaúvas, que los niños se coman la galleta y ya está, que disfruten y pasen un buen día», traza el recorrido.
«Yo he gritado»
Pero hay que volver a Carla y Alba, porque su diálogo por la zona de atracciones desvela una amistad especial. «Estamos muy bien, con el calor, aguantando y en los más fuertes. A tope», apunta la primera de ellas con decisión y desparpajo. Sin embargo, no esconde el temor que todavía recorre su cuerpo tras ser zarandeada de un lado a otro en el último columpio en el que se han montado. «Estaba ahí, intentando sobrevivir, porque tenía un miedo… Estaba un poquillo desesperada, pero bueno», narra con franqueza. «Yo me he reído, porque ella se estaba asustando», esboza otra sonrisa su amiga.
Lucas, Valentina y Noa caminan despreocupados, en busca de la siguiente atracción a la que subirán, pero con el tembleque todavía de las anteriores. «Yo he gritado», reconoce la última de ellos, fascinada por la montaña rusa. Sus padres, en grupo, celebran un cumpleaños, aunque el protagonista prefiere mantener el anonimato. «¿A quién le va a importar?», ríe de incógnito.
A pocos metros, Jose atiende a los clientes que, con la proximidad de la hora de la cena, van llegando a las inmediaciones del puesto de Maribel. Pero se aleja un momento de los bocadillos y los tornos de kebabs para precisar que ha sido «un buen día», aunque con matices. «Está un poquito más flojilla la cosa, pero bueno, está bien para ser lunes», aclara. Él, instalado también entre atracciones, igualmente ve con buenos ojos la medida de silenciar las atracciones. «Que todos disfruten. Grandes, pequeños, con o sin autismo… Todos. Lo veo bien», sostiene. Al otro lado, desfilan agotados quienes ya emprenden la vuelta a casa tras una larga jornada de tardeo. Pero como en el cambio de turno de la Guardia Real de Inglaterra, al mismo tiempo cruzan el umbral de la portada tradicional del ferial quienes, en cambio, empiezan en ese momento su lunes de Corpus.