La muerte de Robert Redford, a los 89 años en su residencia de Utah, ha devuelto a la memoria de Mijas un capítulo íntimo y poco conocido de su historia. Porque antes de ser el eterno galán del cine, el estafador con encanto de El golpe o el forajido que cabalgaba junto a Paul Newman, Redford fue, por unos meses, un vecino más en las montañas de la Costa del Sol.
Era 1966. El actor atravesaba una encrucijada: había rodado sus primeras películas en Hollywood, pero no tenía claro si quería seguir con esa vida. La pintura, su pasión de juventud, le llamaba todavía. Buscaba silencio, y lo encontró en una granja de Mijas, alquilada a una mujer conocida en el pueblo como María “La Pañala”. Allí pasó siete meses con su familia, en una época en que Mijas aún era un pueblo blanco que vivía más pendiente de la tierra que del turismo.
En busca de la calma en Málaga
Décadas después, en 2012, el propio Redford evocó aquella etapa con ternura: “No bailaba flamenco, pero fue una experiencia maravillosa”. Dijo que ese retiro le permitió acercar a sus hijos a otras culturas y vivir un tiempo sin el peso de la fama. Paradójicamente, lo que le llevó a marcharse fue la misma calma que había venido a buscar: cuando empezaron a llegar más compatriotas, decidió volver a Hollywood. Y fue entonces cuando su carrera se disparó hasta la leyenda.
Hoy, mientras el mundo llora al icono del cine, en Mijas se recuerda también al hombre que un día se refugió entre sus montañas para escucharse a sí mismo. Quizás sin proponérselo, aquel retiro andaluz le ayudó a decidir que su destino estaba frente a las cámaras. Y así, el pueblo guarda, en su memoria más íntima, el paso discreto de una de las grandes leyendas del siglo XX.
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