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Se cumple un año desde que el malaguismo cambió de significado

El 2024 ha sido un año muy positivo para el malaguismo

No es fácil ser malaguista. Ni difícil. Son muchos los años que ya han transcurrido desde aquel oasis de abundante agua que supuso la Champions League previo a un infernal desierto. Ese equipo que enamoró al viejo continente y que se le recuerda a cualquier malaguista en el momento que desvela cuál es su equipo. Entre tanto, muchas temporadas vagando sin rumbo y, lo que es más importante, sin alegrías. No hay que olvidar que aquel Málaga de la 2012-13 se clasificó para jugar una Europa League que jamás llegó a disputar, comenzando un descenso tan irregular como inexorable en el que la palabra «malaguismo» dejó de asociarse a ser aficionado boquerón para vincularla a cualquier desgracia deportiva con cierto tinte irónico.

Que los chavales que salen de la cantera te salven la temporada y los vendas al verano siguiente «es malaguismo». Que uno de los mejores delanteros de tu historia reciente se marche a los doce meses de llegar por una baja cláusula a la vez que tu capitán, tu portero titular y tu canterano más prometedor del momento «es malaguismo». Descender como uno de los peores equipos del siglo XXI de Primera División, evidentemente, «es malaguismo». Jugártela a ascender al año siguiente y quedar eliminado en semifinales de play off en mitad de una dinámica espectacular contra un equipo en el que encuentras más cosas en común de las que pensabas «es malaguismo». Disputar dos temporadas con un máximo de 18 fichas profesionales que no podían rebasar el salario mínimo «es malaguismo en su máxima expresión». Descender a la tercera categoría del fútbol nacional en la temporada que te habías vuelto a ilusionar con ascender, indudablemente, «es malaguismo».

Entre tanto, cómo no, un eterno proceso judicial que limita hasta la extenuación el margen de maniobra de un club que, por múltiples condiciones, debería estar en otro lugar bien distinto. Ventas irrisorias de jugadores talentosos, operaciones difícilmente comprensibles y un clima más que enrarecido entre afición y directiva también «son malaguismo». Y, que nadie se engañe. Llegar a la vuelta de la final por el ascenso con ventaja y, con un jugador más desde el minuto 63, perder en la prórroga, era lo más malaguismo que se pudiese imaginar.

Un partido en el que desaparecieron los balones, que el árbitro Eder Mallo Fernández (ante quien se querelló el Nástic por aquel encuentro siendo la primera vez que un club lo hace, por si lo del malaguismo no es lo suficientemente enrevesado) tuvo que detener por lanzamiento al campo de esos balones que parecían haber desaparecido y en el que el narrador de la cadena pública volvió loco a cualquier blanquiazul afirmando que el Málaga «necesita tres goles» en múltiples ocasiones después del gol de Gorka Santamaría al comienzo de la media hora extra apuntaba a ser el culmen del malaguismo de los sinsabores, las desgracias y los llantos. Pero no.

El crecimiento del malaguismo y un ascenso mítico, el mayor legado de 2024

El minuto 122 quedó grabado de por vida en la retina de cualquier malaguista. Y eso que, quizá, no era el 122, pues nadie sabía en qué minuto se encontraba el partido. Pero eso no importa. Fue en el preciso momento que el balón rematado por Antoñito Cordero, que hasta entonces había sido un canterano que había rendido sin especial relumbrón, se coló de manera más que accidentada en la portería de Alberto Varo cuando, al fin, se rompió la maldición. El malaguismo había salido con vida del exorcismo a corazón abierto al que se sometió en el Nou Estadi.

 

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Es posible que aún queden resquicios de aquellos fantasmas como las salidas de Roberto Fernández y el mencionado Cordero o los puntos perdidos en los últimos minutos en la presente temporada, que no han sido pocos. Siendo honestos, el malaguismo ya no representa tristeza y resignación y todo es gracias a aquel 22 de junio, a aquel minuto 122, al atropellado remate de Cordero y al de Dioni quince minutos atrás que dio vida. Al ‘tracamatraca’, al «que remate mi hermana» y a la camiseta retro top ventas. Al Cautivo, a la segunda parte de Einar Galilea frente al Celta Fortuna en La Rosaleda y a los 20 goles de Roberto. Pero sobre todo, a la gente que siguió confiando, que no desistió y que mantuvo lleno el campo durante todo un año en Primera Federación. Por eso y más, el decir «es malaguismo» ya no es sinónimo de catástrofe sino de felicidad.

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