Mateo jamás olvidará lo que ocurrió en el cole este lunes 28 de abril, mientras daba Música. «En mitad, se fundió la luz. Fue como un corte así, pum, rapidísimo», relata el joven, de 10 años, que vivió casi 23 horas sin suministro eléctrico en Huéscar. Tampoco se le borra de la memoria la reacción de sus compañeros, atónitos ante lo que acababa de suceder, aun sin comprender el alcance que tenía. «Toda la clase estaba ‘¿pero qué ha pasado?’. Creíamos que eso era un apagón pequeñillo del pueblo, pero no, se lio», afirma.
Casi 23 horas sin luz en Huéscar: «Intentas que los niños no lo aprecien»
El día de Mateo estuvo marcado por una extraña normalidad, narra. «La tarde fue normalita», asegura. Con el sol a pleno rendimiento, pudo desarrollar lo que sería una rutina más o menos habitual, no exenta de las particularidades del contexto en que se dio. «Estaba con un amigo mío haciendo un trabajo para clase, pero no podíamos llamar a su timbre ni tampoco sacar imágenes de internet», lamenta.
-El trabajo se quedaría sin hacer, ¿no?
–No, no, no. Lo hicimos –sostiene, formal y cumplidor con sus tareas-.
Hasta ahí, todo correcto a ojos del pequeño, pero lo malo llegó cuando se escondió el sol y la oscuridad reinó en todo el país. «La noche fue un poco mal. No se está acostumbrado a dormir sin luz. La verdad es que se veían unas estrellas muy chulas, pero eso de que no hubiera luz daba un poco de miedo», reconoce. Y, claro, para lidiar con ello, hubo que prepararse. «Velas para arriba, velas para abajo, luces LED… Muchas cosas», detalla.
Ya entonces corría por su cabeza una astuta idea que compartía con los adultos en la penumbra. «Pensé ‘uy’, esto creo que ya es un poco difícil de arreglar», exterioriza. Su padre, Fran, le llevó a ver las estrellas, para aprovechar que «se veía muy bien», antes de ir a dormir con la esperanza de que el suministro hubiera regresado a la mañana siguiente, pero al despertar el joven se encontró todavía sin electricidad. «Jopetas, he pensado ‘toda España con luz, pero aquí todavía no’», frunció el ceño. Desayunó, como siempre, su colacao, aunque frío en esta ocasión, y fue a clase con entusiasmo para, al menos, distraerse con sus compañeros. Y, de repente, llegó la sorpresa. «Mi maestra dijo que ya iba a tocar casi el patio. Todo el mundo estaba mirando hacia arriba y se volvió loco. ¡Habían vuelto la luz y el internet!».
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