Después de todo, Fran lo narra con una sonrisa y la espinita de no haber tomado una fotografía del cielo estrellado, más brillante que nunca en la noche más oscura, pero su positividad no oculta el pellizco que sintió en el estómago durante todo el día. «Ya no solamente era la luz, sino que no podías contactar, no tenías internet, el agobio», relata. Es de Cádiz, pero vive en Huéscar desde hace años junto a su mujer, Teresa, y a sus hijos, Mateo y Julia. Allí, el flujo eléctrico se cortó repentinamente a la par que en todo el país, pero no volvió al tiempo que en el resto de lugares. Mientras Granada se iba encendiendo, en su casa permanecían a oscuras. Una hora; otra, una más… Así, hasta que el reloj marcó las 11:10. Casi un día completo de apagón. «Cuando los niños han visto por la mañana que el colacao se ha hecho con leche fría ni había agua caliente, de repente, es como si el mundo se les hubiera venido encima», esgrime.
El apagón, desde los ojos de un niño: «Daba un poco de miedo»
Como le sucederá durante años a cada español que viviera este lunes 28 de abril, Fran recuerda exactamente dónde se encontraba y qué estaba haciendo a las 12:33 horas. «Nos pilló en el instituto trabajando y seguimos, por lo menos en mi caso, con total normalidad. Cuando salimos del centro, por los pocos mensajes que iban recibiendo los profesores, nos íbamos enterando de detalles. Que había sido un corte generalizado en toda España, que había llegado a Portugal, que llegaba a Francia… Cuando salimos, cogí el móvil y fui a preguntar a mi casa, ya te das cuenta de que estás completamente aislado», recuerda el también docente. Desde ese momento, todo fue una extensa espera. «Pensábamos que íbamos a recuperarla a lo largo de la mañana y llegó la tarde. Pensamos que la recuperaríamos a lo largo de la tarde y llegó la noche. Llegó la noche, larga y muy oscura, y amaneció el día sin internet», describe.
La incertidumbre embargó a su familia, que inevitablemente tuvo la sensación de haber pasado por esa situación antes. «Hay cierto regustillo a confinamiento en el momento en el que ves que se va la luz, se va apagando el día», compara, aunque tampoco tuvo demasiado tiempo para reparar en ello. Las horas, eternas sin internet, no son tan largas cuando tienes la preocupación de entretener a dos niños, de 10 y 7 años, para evitar que lo pasen mal. «Les quitas un poco el susto y el miedo, que es normal para ellos en este tipo de situaciones nuevas. Les haces ver que terminas el día y, aunque no haya electricidad, estamos juntos, que no todo el mundo tiene la suerte de hacerlo porque siempre hay personas que están viajando o en situaciones un poco más desfavorecidas», abunda el padre.
Sin energía ni internet, imposible pensar en el comodín de las pantallas, a Teresa y Fran les tocó forzar la inventiva, porque «los niños están acostumbrados a llegar y su Doraemon, o intentar rascar cinco minutos de móvil». «El objetivo es tenerles entretenidos, que, mientras haya luz, ni siquiera se den cuenta de que no hay electricidad. Vamos a relajarnos, hablamos, hemos estado leyendo… Tienen que hacer sus deberes, sus tareas, actividades extraescolares… Fue una tarde normal y corriente», señala. Aunque, claro, el problema estaba a partir del crepúsculo. «Cuando ven que estás buscando velas, registrando la casa en busca de elementos que te den luz para la noche, sí que es una situación completamente nueva», expone.
Optaron por el juego, un entretenimiento que consistía en encontrar objetos que proporcionaran algo de iluminación y retirar objetos de los pasillos, todo un éxito pese a que los pequeños no terminaran de comprender lo que estaba sucediendo. «Mateo entendía que ocurriera esto, pero en su mente era algo inexplicable. Julia es más pequeña y le resultaba mucho más angustioso», se encoge Fran, que encontró el amparo en velas y decoración navideña a pilas.
-¿Cómo lo llevaban los mayores?
-Los adultos intentan aplacarlo. Intentas decirles que todo va a salir bien, que es una situación que, aunque no la hayan vivido, las penas en compañía son menos. -Su gesto adquiere seriedad- De puertas adentro, no les dices a ellos que no has hablado con tus padres ni tienes noticias de la familia, eres consciente de la gravedad del hecho de que no hay luz en una sociedad en la que hay gente enferma que necesita respiradores, personas atrapadas en trenes, ascensores… Es una situación complicada, pero intentas que ellos no lo aprecien.
Amanecer sin luz
La odisea se extendió más allá del alba, lo que parecía augurar otro día de incertidumbre a oscuras. «Como pudimos, nos enteramos de las noticias a través de la radio. Empezamos a trabajar sin saber cuántos chavales iban a venir, ni cuántos profesores iban a aparecer», explica. Pero un alboroto irrumpió en la anómala normalidad de este martes en el instituto. «De repente, notas que empieza a vibrar el móvil y que empiezan a entrar mensajes. Justo en ese instante, gritos por todo el pasillo por las clases que habían empezado a iluminarse», rescata Fran, todavía sorprendido. «Fue curioso porque comentaban que, conforme iba apareciendo la luz por las calles, la gente gritaba. Yo pensaba que sería difícil escuchar eso en Huéscar porque es un pueblo muy chiquitillo, pero los alumnos empezaron a tocar las palmas y aplaudir. Imagino que era alegría por saber, sobre todo, que volvemos a estar en el mundo».